Una capilla domiciliaria es la pieza del mes de Diciembre en el Museo Etnográfico de Muriedas
- Escrito por Radio Camargo
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Una capilla domiciliaria es la pieza del mes de Diciembre en el Museo Etnográfico de Muriedas. Fue donada al Museo en el año 1983 y está ubicada en la planta baja en la sala dedicada a la cocina. Procede del pueblo de Novales y está elaborada en madera, metal y escayola. Con unas dimensiones de 43 cm de altura, 20 cm de anchura y 16 cm de grosor se trata de un objeto que pretendía facilitar el culto de forma particular e íntima en el domicilio.
La capilla domiciliaria que se presenta, en esta ocasión, como pieza del mes, se compone de dos elementos. Por un lado, se encuentra el contenedor, una hornacina de madera con puerta frontal de doble hoja; en la parte superior, sendas bisagras facilitan la incorporación de un frontón triangular o gablete móvil, que se decora con una estilizada forma vegetal (trébol) calada en el tímpano y una cruz griega en el remate. Por otro lado, y enmarcado por un arco trilobulado, se presenta la imagen de escayola policromada de la Virgen Milagrosa, iconografía que tiene su origen en las apariciones marianas de la monja francesa Catherine Labouré (1806-1876), canonizada por Pío XII (1876-1958) en 1947. Sobre un basamento poligonal y un pedestal semiesférico que simula el globo terráqueo, y en el que se incluye la representación de una serpiente como símbolo del pecado, aparece la esbelta figura ligeramente escorzada. Se presenta ataviada con una túnica de color marfil ceñida a la cintura, un manto azul celeste que cae sobre sus brazos y velada y tocada por una corona. Penden de sus manos dos piezas metálicas doradas que simulan los rayos del sol, representativos de las gracias concedidas al orbe cristiano.
UN POCO DE HISTORIA
Según el Museo Etnográfico la religiosidad popular tiene en las capillas domiciliarias o portátiles una de sus manifestaciones más brillantes, habida cuenta de que una de las señas de identidad del pueblo cristiano es el profesar veneración hacia las imágenes. Se trata de una práctica que, posiblemente, tenga sus orígenes en la actividad evangelizadora que la orden franciscana llevó a cabo en el entonces recién descubierto continente americano (Manzanares y Gallego, 2009: 7), dada la posibilidad que ofrecía para su transporte el pequeño tamaño de las mismas. No obstante, fueron la Contrarreforma y la consecuente reacción al Protestantismo las corrientes que auspiciaron instantáneamente la difusión y consolidación de esta práctica.
Esta costumbre, que se consideraba favorecía la protección del hogar, cumplía otros objetivos, como eran difundir la fe cristiana e incrementar la devoción; popularizar ciertas imágenes y fomentar un entorno familiar cristiano, uniendo en la oración y en la piedad a sus miembros e, incluso, a los vecinos, además de recaudar fondos para la parroquia. En este sentido, cabe señalar que ningún otro objeto podía completar la devoción particular de manera tan perfecta como las capillas domiciliarias, más aún si se tiene en cuenta que no todas las familias podían contar en sus casas con imágenes. Así, frente a las residencias más pudientes, que tenían sus propios espacios de culto, de mayores proporciones y calidad artística, las más humildes se beneficiaban del tránsito de estas representaciones, disfrutando de su presencia para darles culto de forma particular e íntima.
Tradicionalmente, las capillas domiciliarias se componían de una caja o urna de madera en la que se incluía la imagen, en función de advocaciones diversas, la relación de treinta fieles y una hucha para depositar las limosnas; en ocasiones, la acompañaba un libro de oraciones, o bien una oración que se incluía en una de sus puertas. Estaban primorosamente labradas y destacaba su delicada decoración, muy en sintonía con el estilo gótico francés, que se trabaja como si se tratara de un auténtico altar o de las hornacinas de un retablo.
El ritual asociado a esta tradición consistía en lo siguiente. El traslado se realizaba por la tarde-noche, de modo que todos los miembros de la familia se encontraran en casa, al son del toque de campanilla. Al ser entregada, se decía "Ave María Purísima" y quienes la recibían respondían "sin pecado concebida". Entonces se colocaba en un lugar destacado, sobre un mantelito en una mesa bien visible. Se abrían las dos puertas y el frontón, se la rodeaba de velas y se procedía a realizar la oración de recibimiento, así como las propias de la advocación de la capilla; también era el momento de rezar en torno a ella el Santo Rosario. Pasadas 24 horas, y antes de que el pequeño de la casa procediera al traslado de la imagen, todos los presentes se despedían de ella hasta el siguiente mes con varias oraciones y, como ofrenda de agradecimiento, depositaban unas monedas en la ranura habilitada para ello en la base de la capilla.
Este tipo de prácticas perviven aún en la actualidad, en diferentes localizaciones de Centroeuropa, Hispanoamérica y España, gracias a la labor desarrollada por las llamadas celadoras y los coros. Existe una mujer que es responsable de la capilla en todo momento: se encarga de buscar a las vecinas que van a recibirla en sus domicilios, así como de revisar y renovar esa lista si hiciera falta; de limpiarla y prepararla y, en caso de que no llegue a su destino, de buscarla para que continúe el tránsito establecido. Además, recogen el dinero y lo llevan a la parroquia para invertirlo en un fin determinado. De este modo, resultan evidentes la implicación y la importancia de la mujer en la pervivencia de esta tradición, transmitida de generación en generación.
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